El otro día leí que había que educar a una niña fuerte para no llegar a ser una mujer rota.
Eso es lo que hace mi amiga. Mi amiga, sus pequeñas princesas y el autismo.
Mi amiga se seca las lágrimas mientras deja que caigan las gotas de lluvia en su mejilla.
Dibuja cientos de colores aun teniendo una paleta monocromática.
Ella sigue acunando entre sus brazos a sus tesoros, cuando las situaciones impuestas en la vida nos pasan por arenas movedizas de sentimientos.
Hace que las demás personas queden invisibles por sus quejas ante problemas banales.
Su amistad enseña que cada detalle en el crecimiento de un hijo hay que agradecerlo.
Somos demasiado absurdos si consideramos algún derecho en algo que se nos regala sin merecerlo; pues en otras situaciones es un logro conseguido muy luchado que ata a otro que debe seguirle. No hay tregua.
Su pequeña princesa ganó un concurso de postales navideñas. Ese equipo con mamá, contra tantas espadas afiladas a las que deben enfrentarse en sus luchas, nos debe tocar el corazón para dar gracias cada minuto por tantos detalles obsequiados que no sabemos percibir y por rodearnos de gente como estas campeonas que hace que un día, no sea un día más, sino uno nuevo cargado de esperanza, ilusión, mucho cansancio sí, pero con recompensa, aquí y en el cielo.
¿Somos conscientes de cuánto vale el sabor de una caricia, el sentir de una mirada, el oír un «mamá», el pasear de la mano… sin más?
Esa postal es un dibujo que debemos colgar en nuestras mentes para poder empatizar con quién nos cruzamos por la calle. ¿Quién es más que nadie? ¿Quién tiene más problemas que el otro? Dado que no somos adivinos, sonriamos y querámonos más. Enterremos espadas de guerras inexistentes o secundarias. Saquemos armas de mayor resistencia frente a las caídas en el campo de batalla. Estas sólo las conseguiremos muy dentro de cada uno, y mirando hacia arriba.
Las personas como M, sus hijas L y S, no sólo empatizan. Lograrán sentir el dolor ajeno a distancia, aunque sea una sonrisa lo que dirija la persona en su encuentro con ellas. Sabrán estar con quién llora, con quién ríe, con quién sueñe, con quién despierte… sabrán ver el corazón.
¿El único riesgo? La vulnerabilidad frente a la impasividad de un ataque externo inmerecido o insensible. Miles de agujas calan en el cuerpo cuando la gente hiere, a veces sin quererlo.
No se trata de solidarizarse con nada, por desgracia hoy nos sobran las obras en las que poder colaborar en esta sociedad vacía. Se trata de ser conscientes que aquí estamos de paso con nuestras mochilas.
Que aquí lo más valioso que podemos dar es nuestro mejor yo al otro, y eso no se viste.
Que hay personas que viven para sí mismas y que se cruzan con otras que ni siquiera saben que es vivir, porque se anularon para que otro lo hiciese. No obstante, con ello crecieron tanto que ahora su perspectiva en la vida atraviesa la piel.
Pueden ver, pueden sentir, pueden amar más de lo que haría cualquier otra persona.
¿Aún creemos que esto es mérito del hombre? Porque yo reafirmo que no. Ese amor infinito lo heredamos de quién nos trajo la Navidad, y esa fuerza no es humana. Se debe sentir desde lo más profundo del corazón, donde las personas sin fe no llegan o se quedan a mitad camino.
S. Será una campeona por doble mérito, herencia genética y luchada.
L. Llegarás lejos cariño. Verás en el mundo formas, colores, sabores que parte de la gente no ve, en tu intento de luchar contra todo para convertir tu espacio y el de tu hermanita (a quién siempre verás pequeña, aunque crezca), en algo bello sin maldad, donde puedan vivir esas personas que no son robots ciegos.
M. Sin palabras, sabes que no nos hacen falta. Aquí estoy.
Con mucho cariño, para S.