Me gustaría volver a ser la niña que te esperaba en la puerta de casa a que regresases cansado y sucio del trabajo. Por muy malo que había sido tu día, sonreías al verme y me hacías sentir importante, especial, única. Como nadie me hará sentir jamás por mucho que se empeñen.

Yo corría calle abajo a buscarte para decirte que tenías la merienda preparada, y caminábamos los metros que quedaban hasta casa cogidos, abrazados solo tú y yo. Eras mi rey, y yo tu princesa.

Mamá te tenía todo listo, y al entrar por la puerta decías: “ya estoy aquí pitufas”, e ibas a buscar a mi hermanita para darle el mismo abrazo que yo había robado en mi intento de ser la primera en esa carrera de afectos que tanto necesitan los niños cuando crecen, y los que no somos tan niños…

Hoy soy yo la que llega a casa, harta de muchas cosas, y la que sonríe cuando ve a sus hijos darme esa inyección que hará que entienda qué compensa mi día. Ese reencuentro tras tantas horas de distancia gracias a Dios se produce, día tras día, mientras el tiempo va delegándonos funciones nuevas en su transcurso, nuestro desgaste y estas herencias incalculables como esa sonrisa que tanto deseo mis hijos recuerden cuando me haya ido. Ahora entiendo su valor, la fuerza, el amor que me transmitía. Lástima que a veces maduremos tarde, cuando la caricia del reconocimiento ya no puede llegar.

Hay días en que me cuesta sacar lo mejor para las personas que quiero, cuando todo a mi alrededor siento que se derrumba… y es entonces, días como hoy, que se repite tu imagen, y pienso en las veces que has tenido que olvidar tu jornada, para proteger con ese amor a unas niñas que no entendían este mundo, todavía.

Te admiro papá, aunque ya no estés para decírtelo. Yo sé que me oyes.

Me gustaría volver a ser la niña que te esperaba en la puerta de casa a que regresases cansado y sucio del trabajo.

Me gustaría volver a ser la niña que soñaba que nada tenía final.

Me gustaría volver a ser la niña, pero que dentro de mi niñez hubiese entendido cuánto valía esa sonrisa, y ese camino entre abrazos, por no perderme ni un día en dártelos.

Me gustaría volver a ser la niña, que sólo miraba el reloj para reencontrarte, porque mi mundo era un cristal de colores infinitos, protegido en silencio, por tu esfuerzo cada día.

Me gustaría volver a ser la niña, que no entendía el significado de echar de menos, de una ausencia continua, de un adiós indefinido.

Y me gusta ser esa niña, que cree que estás en un sitio mejor, y con el más grande y fuerte del mundo, del espacio, de la vida.

Me gusta ser esa niña, que sabe que Dios existe, porque las personas, por muy mayores que crean ser, siguen sin aceptar que se equivocan, y que sólo con la inocencia de un corazón humilde, como el de los niños, podrían ver el regalo que Dios nos hace cada día.

Me gusta ser esa niña, que se reencontrará con su papi, para nunca más despedirse, y que me espera, cuando lo decida El Jefe de arriba, para darme el abrazo que tantas veces eché de menos con su partida.

Me gusta ser esa niña, porque el echarte de menos significa que te tuve, y el tener algo tan grande y valioso como fuiste tú me hace fuerte…agradecida… bendecida… y aunque hoy no estés, tengo tu recuerdo, y eso me alimenta.

Me gusta ser esa niña, que no sólo llora un 1 de noviembre, pero que sabe que puedo visitarte todos los días en mi corazón, y pongo las flores más bonitas sobre el recuerdo de tu sonrisa, al ladito de mi esperanza cierta de volver a verte.

Me gusta ser esa niña, porque tú fuiste el mejor padre del mundo y sé que algún día, volveré a decírtelo abrazados de camino a casa, sobre el cielo azul.