Venia escuchando las primeras canciones del día en la radio del coche; las luces de los semáforos todavía deslumbraban mis ojos cansados por el sueño. Mientras, pensaba en el concepto que tenemos las personas acerca de sobrevivir.

En la vida se te ponen pruebas, muchas.

¿Hasta qué punto nuestro sentido de seguir adelante se podría considerar el de un sobreviviente digno de reconocimiento? Yo creo que ello lo conforman las personas de tu alrededor a quién le importas lo que sufres.

A alguien sin empatía que observa el desgaste de una enfermedad larga y amarga, le será indiferente la historia de toda esa vida y lo que puede dejar atrás, y no por ello no merece esa catalogación, es tan solo que el mundo es muy ignorante, o cómodo. Por merecer, es la persona que no sabe observar más allá de su egocentrismo, la que debería ser usuaria de nuestra compasión por su escasa calidad personal, o por su deficiencia moral.

El tener un poco de humanidad significaría preocuparse por el dolor ajeno, y autoevaluarse para saber si nosotros, con un instante de nuestra vida, podemos hacer algo para que al menos fuese más llevadero para quien lo siente.

El miedo sólo desaparece con un abrazo cálido. Un abrazo cálido que puede darse con una palabra amable, una sonrisa lejana, un emoticono perdido entre los meses de escritura escasa robada al tiempo frenético, o con la materialización de un pensamiento sincero de que nos importa, de que estamos ahí, aunque no se nos vea.

Es obvio, que con quién caminamos, todos nuestros méritos o fracasos se entrelazan con los suyos, vivimos interconectados (familia, trabajo, amigos…). Ese apoyo con el que has compartido momentos importantes de una vida, o tan sólo unos escasos, han significado ya un antes o después, han marcado tu interés por existir, por sobrevivir y por entregarte.

Y sí, cierto es que, en determinadas situaciones, nos perdemos entre nuestras propias sombras, y debemos reencontrarnos. Y ahí, somos nosotros mismos los que podemos resurgir, los que debemos hacerlo y considerarnos más que vencedores. La fuerza nace de aquello que vive dentro de nosotros y que consideramos son nuestro aliento y nuestra esperanza.  No está en el mundo exterior, está en la importancia que nosotros damos a ese pedacito de mundo que te necesita lleno, vivo, irrompible. Realmente no remontas por la familia, por los proyectos…. Se resurge entre oscuridades creadas por nuestros propios conflictos interiores para poder dar apoyo a lo que consideramos más importante que estos desequilibrios: lo que nos queda dar a los nuestros, a lo de cada uno. Todavía es pronto para abandonar.

Sólo podrás ver la luz, entre las nubes grises, si la encuentras en ti.

Dios no creó un equilibrio perfecto para que lo destruyésemos, sino para que nos compense resurgir y poder observar la belleza de haber vuelto, como la rosa de la foto.

Gracias por todos los que aún quieren luchar. Gracias por estar de nuevo aquí. Sobrevivimos.

.